Los 38º habituales de los últimos días en Madrida las 3 de la tarde.
Son 1.900 palabras de crónica. Aviso. Había mucho que decir...
EL CALVARIOAlgo había leído de estas carreras, sí, pero era mucho más lo que había dejado sin leer a tenor de las cosas de las que poco a poco me voy enterando.
Dije que la historia empezaba en calvario y terminó en penitencia, pero creo que me voy a ir más atrás. La mañana empezó en clave de susto. Cuando abrí los ojos y vi. tanta luz por la ventana, creí que la había pifiado bien. Eran las 8:30. Hubiera querido levantarme antes, madrugar un poco más, pero teniendo en cuenta los nervios que no me dejaron dormir hasta más allá de las 2 de la mañana... Recuerdo que cuando me levanté, hasta hacía una temperatura más que aceptablemente agradable.
Me dormí. Más nervios para mi cuerpo pensando que no llegaría a tiempo. Si la salida hubiera sido de verdad a las 1o de la mañana, tal vez no hubiera podido correr. Llegué a las 9:45.
Me encontré a Bebeto y a José Luís. Acababan de hacerse con el dorsal en un bar de la Plaza. Entré a conseguir el mío. El ambiente de la carrera hacía rato que iba tomando fuerza. Bastantes corredores, familiares, vecinos, megafonía y "Carros de fuego"...
Categorías que formaban parte del festejo (atención): Cadete, Infantil, Alevín, Benjamín, Mini benjamín, Chupetín, Juvenil/Júnior, Senior/Veteranos. A las diez en punto comienzan diciendo que por el escaso número de apuntados, van a correr juntos Cadetes e infantiles. Van tomando salida cada una de las categorías y no recuerdo en qué momento, pero decidieron separarlas en masculina y femenina.
Sentados en el bordillo de la acera, esperando los tres, comentamos (José Luís) que ya sólo faltaba que dividieran la femenina en pelo largo y pelo corto. El chascarrillo me hizo gracia y yo añadí que por qué no por colores de las camisetas.
Los minutos pasaban y la temperatura iba subiendo a pasos agigantados. Yo me empezaba a oler el percal. Ese solazo me da más respeto que las distancias. No soy nadie con el calor extremo, estoy harto de decirlo.
A eso de las 11:00 empezamos a calentar en una calle cercana al punto de salida. Calentando ligeramente, lo que es un calentamiento normalito, y ya me puse a sudar. Mala cosa.
Las 11:30, llega nuestro momento. El sol, cayendo en chorro vertical. Agresivo. Lacerante. Mirabas al suelo y no veías tu propia sombra. Se escondía bajo tus pies. Hasta la sombra buscaba una sombra bajo la que cobijarse.
Ya colocados en la línea de salida, miraba detrás de mí y no veía a nadie. Eso ya me mosqueó. Los Cacahuetes me recordaron que tuviera cuidado que me podía quedar descolgado a las primeras de cambio. Traté de calmar los nervios que no me habían abandonado desde que comencé a calentar. Es algo que me pierde y que no consigo dominar. Es lo que se llama miedo escénico. Mi primer error es ese, no dominar la situación.
En la línea de salida pasaron unos minutos de las 11:30, y no salíamos. Mi pulso en ese momento ya estaba a 115. Nada normal. Buena parte de esas pulsaciones eran por los nervios que me comían por los pies.
Se da la salida. Lo que ocurrió a partir de aquí se podría contar con menos palabras que las que he empleado hasta ahora, pero me extenderé como hago siempre. La salida era en una calle bajo una sombra que lo cubría todo. Frente a la Ermita. Debía ser la única sombra que había en todo el pueblo, porque no volvimos a ver otra. El sol esperándonos fuera y directos a él que fuimos de cabeza.
Desde el inicio vi. marcharse a Bebeto y a José Luís. Ellos iban con intenciones de hacer menos de 28 min. Y lo consiguieron. 26:40 creo que hizo Bebeto. Mis intenciones eran otras que no encajaban con el frenético tren que tomaron las cosas. Quería hacer mi ritmo y si me veía valiente, intentar algo de más alegría en los dos últimos o quizá en el último kilómetro.
Yo (creía) que había salido a mi ritmo. Luego vería que no. Ese sería mi segundo error. En unos cientos de metros. Ya me adelantaron unos cuantos rezagados. Yo, a lo mío. A los dos minutos (no exagero, lo juro), empecé a oír algo detrás de mí que no eran las zancadas de ningún corredor. Era un sonido que no encajaba con nada que pudiera imaginar que estuviera a pocos metros de mí. Me vuelvo, y veo al coche de Protección Civil. Ese coche cerraba la carrera. Deprimente. Sólo me bastó eso para que la angustia me hiciera mella. Yo era el último.
La angustia mayor no tardaría en aparecer. Traté de emparejarme con un par de Veteranos B (más de 50 años), que eran los únicos que tenía más a manos. Me permití unos tira y afloja con ellos, pero siempre a su paso arriba o abajo. Sol, más sol... En momentos de llano en los que creía verme recuperado, llegaban las primeras callejuelas estrechas y empinadas, que me recordaban quién soy y de dónde vengo.
Se acumulaban los pensamientos negativos del tipo: "¿Y por aquí voy a tener que pasar yo tres veces...?" El sol castigando. La respiración congestionada. Sólo entraba aire caliente en mis pulmones. No presagiaba nada bueno. De pronto sin esperármelo, el primer kilómetro. Lo marco en el crono y lo miro: 5:20. Me he pasado de la raya, ese no es mí ritmo. No me había dado ni cuenta de que me había dejado arrastrar por el bloque de corredores en pleno.
Decidí dejarme caer para ajustarme a mis 6 min. pero si momentos antes, mi culo sacaba brillo al capó del coche de Protección Civil, ahora lo estaba puliendo. Empecé a agobiarme con lo de ser el último y lo de tener el ronroneo de aquél coche tan cerca de mí. No oía otra cosa. No oía ni a la gente aplaudiendo al paso.
Aguanté lo que pude. En cierto momento tomé una botella de agua en un punto de avituallamiento con la esperanza de recomponerme. Bebí un trago y el resto me lo eché encima. Ni eso me reconfortó.
Más calles cuesta arriba. Agónicas. Angustiosas. Las piernas no me respondían. Bloqueadas por completo. No quise imaginarme el resto de la carrera de aquella forma. Eso no era disfrutar sufriendo. Era algo más. Algo para lo que tengo que admitir que aún no estoy preparado.
No sé si llegué al segundo kilómetro. Nunca lo Vd. Sé que mi crono marcaba 13 minutos y pico. 13 minutos de agonía a los que podían sumarse otros 25 o más. Eso no era plan. En esas condiciones no. Mi pulso a 177. No. Hasta allí había llegado. Levanté el brazo para que el coche supiera que abandonaba. Me volví y le levanté el pulgar para que supiera que no me pasaba nada. Le expliqué. "No puedo. Abandono. Estoy bien, simplemente es que no puedo. Es este calor, que me ha podido".
"Abandono". No me veía yo diciendo esa palabra, pero no tenía otra. "Suba". Me recogió amablemente y desde dentro del coche seguí el resto de la carrera hasta la plaza. Pude ver cómo los primeros corredores doblaban a los últimos. Llegamos a la Plaza junto a la Ermita y allí en una esquina, la última en doblar antes de llegar a la meta me quedé a esperar a Bebeto y a José Luís. Iban 22 min. de carrera. Quedaba poco para que aparecieran si todo les había ido bien.
Y aparecieron. Bebeto delante y a pocos metros, José Luís. 26 min. Lo habían conseguido. Le expliqué a José Luís lo que me había pasado con pocas palabras mientras le acompañaba a la meta. "Se me fundieron los plomos. No pude". Me contestó que era normal, que no me preocupara.
A pocos metros de la línea de meta me separé hacia la acera para no cruzarla. No me correspondía. Me apuntaron como uno más que llegaba a la meta y les tuve que decir que rectificaran, que aquello no era mío. Les expliqué lo que había y me dieron las gracias corrigiendo el apunte.
Con sentimiento de culpabilidad recogí mi bolsa del corredor, una botella de agua y un bocadillo. Aquello sí que me recompuso.
Ya sólo quedaban los comentarios de los Cacahuetes sobre el recorrido tan agónico - lo digo una vez más - y cómo lo habían pasado. Luego se ocuparon de animarme con buenas palabras e insistían en que pensara en que esto es sólo un pasó más. Que no le diera demasiadas vueltas a este abandono que tan mal sabor me había dejado.
Nos despedimos un rato después y ya de vuelta a casa, yendo el coche, sólo y a la vez acompañado de mis pensamientos, vi. la rabia que de verdad llevaba dentro. Y en un arrebato de coraje me dije algo: "Vale, ya ha terminado el calvario. Ahora viene la penitencia."
LA PENITENCIA¿Y cuál era esa penitencia? Ni más ni menos que decidí que yo no me quedaba sin hacer esos 6 kilómetros ese día. Con ese propósito llegué a casa.
Nada más entrar, me bebí un litro de agua de un tirón. Me pegué una buena ducha que sí que me reconfortó. Volví a vestirme de faena poniéndome la camiseta verde pistacho de Colmenar de Oreja, me calcé las zapatillas con parsimonia, con comodidad, preparé el crono, y me eché a mis calles de Moratalaz.
No volvería a casa sin hacer mis 6 kilómetros. Porque fue otra de las cosas que llegaron a rondarme en mi cabeza... "¿Es que realmente no seré capaz de hacer 6 kilómetros seguidos?" Eso había que verlo.
Eran las 14:30 de la tarde más o menos. Máximo sol en pleno. Me planté mi gorra y mis gafas de sol y fui a devorarme esos 6 klm. Y los hice. De un tirón. Con rabia. Con mucha rabia. Sé que estos 6 kilómetros no pueden ser comparables a los de Colmenar de Oreja porque son eminentemente llanos. Nada que ver con el recorrido de las calles del pueblo, pero la temperatura compensaba la diferencia.
Y vaya que si los hice. ¡Claro que los hice! Me llevó 38:55 cubrirlos. Y quedé muy satisfecho. Con ello me saqué la espina. Mejor de lo que esperaba. A mi ritmo real. A una media de 6:55. Nada que ver con la barbaridad (para mí lo es por ahora) de los 5:20. Yo lo sabía, pero me demostré a mí mismo lo que más necesitaba, que era saber que puedo hacer 6 kilómetros seguidos. Además me permití un último kilómetro en 5:54 que me dejó muy contento.
La camiseta terminó chorreando. Completamente empapada, completaba la satisfacción del esfuerzo realizado. El pulso, con una media de 160 y una máxima de 171. Dada la temperatura en ese momento, que podéis imaginar, creo que estuvo por debajo de lo que esperaba.
Pasado el calvario y cumplida la penitencia, quedé en paz conmigo mismo. Ahora, a seguir con los entrenamientos sin perder de vista lo que he aprendido con esto y lo mucho que me queda por aprender y mejorar de cara al futuro. Dentro de una semana, cumplo 4 meses consecutivos de entreno, que no es poco.
Bebeto, José Luís, gracias por vuestra compañía. Terminar como terminé, no sé lo que hubiera sido si me hubiera encontrado sin nadie con quien intercambiar unas impresiones. En esas ocasiones no hay que estar solo.