Vuelvo aquí, pasados más de dos años y medio después desde la última vez. Dos años de los que no soy consciente, y que como tantas cosas, me parecen mentira.
Cuántas cosas han pasado desde entonces. Cuántas cicatrices y cuántas heridas sin cerrar. Pero se hacía necesario volver. Llega un momento en que se hace necesario tirar para delante a cualquier precio y sin esperar a que algo cambie y haga más propicio el momento de volver. Sencillamente porque ves que ese cambio no va a llegar nunca y que la espera se va a hacer inútil. Y pasa el tiempo... Y ya está bien.
El tiempo. ¡Cómo pasa...! ¡Cómo pasa el tiempo!
Creo que ya sé cómo pasa. Cómo transcurre. Los años me han hecho verlo. Pasa como pasa, cuando no lo vivimos. Pasamos la vida saltando sobre él, y con ello, sobre la vida misma. Y el tiempo, al igual que la vida, se escapa y no vuelve. Huye como agua entre los dedos.
Cuando queremos darnos cuenta, el tiempo se revuelve y se vuelve en nuestra contra pasándonos por encima. Inexorable. Implacable. A veces, se diría que hasta sin piedad. ¡Cuántas veces no lo disfrutamos!
¿Cuándo nos damos cuenta de todo esto? Las más de las veces, cuando ya es tarde. Cuando ves que hay algo que crees que pasó hace cinco años y realmente fue hace diez. O cuando crees que algo pasó hace diez años, y resulta que fue hace quince o incluso veinte. ¡Qué a menudo me pasa eso últimamente!
Bueno, no quiero hacer perder más tiempo a nadie. Hay mejores cosas que hacer, que perder el tiempo leyendo esta parrafada.
Cada cez me doy más cuenta de cuánto necesito unas vacaciones.
Final de esta prueba hecha desde mi teléfono móvil.
Saludos a quienes todavía puedan andar por aquí de cuantos conocí hace mucho, mucho tiempo en esta galaxia tan lejana.