miércoles, 14 de mayo de 2008
Mi crónica de MAPOMA 2008
42.195 metros, dan para mucho. Y por fuerza tiene que ser así.
Esa mañana, yo salía de trabajar apenas dos horas antes del pistoletazo de salida. Me había tocado hacer el turno de noche, y por mucho empeño que pusiera, difícil me iba a resultar estar presente en la tradicional sesión de fotos previa a la carrera, e incluso en la salida misma.
Tal vez si hubiera ido solo, hubiera hecho el esfuerzo, pero no era el caso. Mi hija pequeña, Miriam, de ocho añitos tenía ilusión por acompañarme a ver la carrera. Así me lo había dicho días antes. Creo que un poquito envenenada con todo esto la tengo ya. Todo lo que oye comentar a su padre acerca de las carreras populares, y la cantidad de amigos que se mueven en ellas y que tengo la fortuna de conocer, ha hecho mella en ella.
Creo que a esto se lo llama hacer doctrina. Y yo tengo la sensación de haberla hecho. Más adelante comentaré por qué.
Lo que tampoco podía hacer era someter a un madrugón a mi pequeña, que sabía que la noche anterior se había acostado tarde, ni hacerla pasar de cabo a rabo las cinco o seis horas que hubiera supuesto seguir el Maratón de un punto a otro durante toda la mañana del Domingo, máxime con el calor que sabíamos que iba a hacer. El resultado hubiera sido el contrario al que buscaba. Podría haber conseguido que terminara odiando las carreras populares y todo lo bueno de ellas que a mí me había oído contar tantas veces.
Yo me conformé con ver en casa la salida por televisión. Los dos años anteriores, debido a sendas operaciones de mi pie, también fueron así. Pero esta vez la diferencia estaba en eso, en que ahora podía verla con los dos pies en el suelo y no con uno de ellos en alto.
Las sensaciones fueron las mismas. Se me saltaban las lágrimas y no exagero. Sentí cómo se me erizaba la piel al ver aquello. Lo juro. Me sentí allí. Alí mismo, y con los que estabais allí. Y me alegré de ver que esto no ha cambiado por duros que hayan sido los tiempos para mí en el intervalo transcurrido desde que disfruté con vosotros de todo esto por última vez.
Ya levantada y lista Miriam, a eso de las diez de la mañana, con todos los preparativos listos, gorras, agua, cámara de fotos y un interesante folleto impreso, aportado por Pablo unos días antes en el foro, que hablaba sobre el recorrido del MAPOMA y su correspondencia con diferentes estaciones del Metro, nos pusimos en marcha. Hice mis cálculos y tras ver varias opciones, decidí que lo más adecuado era que nos situáramos en algún punto kilométrico donde nuestra presencia pudiera ser más motivadora para vuestras castigadas piernas y vuestros maltrechos cuerpos. Un kilómetro en el que ver una cara amiga, una cara conocida, pudiera ser aliciente para sentir ese subidón que tanto se puede necesitar a esas alturas de la carrera. ¿Y qué mejor punto que los cinco o seis últimos kilómetros?
Tras examinar el folleto de la carrera, decidí que un buen punto de encuentro podía ser donde estaban situados los kilómetros 36, 37. Esto era a la altura del Paseo de las Delicias. Salimos en la estación de Delicias y vimos a cuatro pasos el lugar por donde pasaba el Maratón. Miriam iba entusiasmada. Yo, no hace falta que diga cómo iba. Creo que hasta me temblaban las piernas.
Eran más o menos las 12 del mediodía para entonces. Nuestro Josero, “el joven Jedari”, ya había llegado a meta. Así de intratable es el amigo. Tengo entendido que llegó a meta pidiendo perdón. Llegó diciendo: “No, si yo no quería… Ha sido sin querer… Yo no salí a correr este Maratón para hacer este tiempo… Perdón, ha sido sin querer…”
Esto por supuesto es una broma mía, pero es lo que le comenté al bueno de Josero días más tarde por teléfono. Y sin embargo recordad que más o menos decía esto unos días antes. Decía que no iba al Maratón con pretensiones. ¡¡2:58 que se hizo el amigo!!¿Qué os parece? Sin querer. ¿Qué no hará cuando salga con pretensiones?
Mi pequeña aguantó como una heroína el paso del tiempo y de los corredores y los rigores del sol hasta ver la primera cara conocida. Entonces me di cuenta de lo curioso que es que los que corren, por increíble que parezca, tienen más fácil ver a los que les contemplan desde los márgenes del recorrido, que a nosotros los espectadores localizar a alguien que está corriendo. Con las dos primeras caras conocidas me pasó esto. Pero vamos por orden…
Nada más llegar allí, el ambiente me pudo. Cuando nos colocamos en la cinta que delimitaba la línea del público, intenté dar los primeros gritos de ánimo. No pude. Se me hizo un nudo en la garganta. ¡¡Y no conocía a nadie de los que veía!! Y aunque a mis ojos eran todos anónimos, todos y cada uno eran compañeros. Pero era increíble. Me vi incapaz de pronunciar palabra. Mis ojos sí que debían de hablar por sí solos. Y lo que sentía en el pecho, indescriptible. Sólo con mis palmas era capaz de dar rienda suelta a todo lo que bullía por mi interior. Aquello era maravilloso.
Pasado un buen rato ya pude reaccionar. Me hice oír. Y me alegro, porque era ese un punto bastante silencioso. Y eso me daba rabia. Miriam alucinaba con todo lo que veía.
Me decía: “Papá, ¿es que les conoces a todos?” Jajajaja… Yo me tenía que reír.
De pronto, pasados unos minutos, alguien se detiene delante de mis narices para saludarme. Era Miguel, mi compañero de trabajo. Mi mentor. El culpable de clavarme el aguijón para volver a este mundillo. Al menos para intentarlo. Sudando, sofocado, y haciéndome sentirme culpable por tenerle allí parado comentándome cómo le iba. Yo empujándole a seguir y él allí parado explicándome. Gracias Miguel. Tú me viste, no yo a ti. La verdad es que sin el uniforme, y vestido de atleta ganas mucho. Choque de manos y a seguir… Terminaría con 3:43. Sé que no es su tiempo, pero aquél calor le fundió los plomos. Como a muchos.
Sólo unos minutos después me volvió a ocurrirme lo mismo. Alguien se volvió a detener delante de mí… “¡¡Pepillo!!” ¡¡Era Pablo!! ¡¡Dios, qué emoción!! Choque de manos. Otra vez a sentirme culpable. Sé lo que puede ser pararse a hablar con semejante esfuerzo a las espaldas. ¡¡¡Qué detalle, te marcaste, Pablo!!! ¡Cómo me alegró verte y que me vieras!
Pablo terminó con 3:52:56. En palabras suyas, esos 4 segundos se los trabajó a fondo, jajaja… Seguro que sí.
Y seguían pasando corredores. La fiesta seguía su curso mientras oía sirenas que luego supe lo que eran. Luego supe de lo que había ocurrido a poco más de un kilómetro de allí. Una corredora había desfallecido necesitando atención médica. Unos días más tarde, por desgracia falleció en el H. Gregorio Marañón. Duro tributo por sentir esta afición. Cosas así no deberían ocurrir.
Pero volviendo a la carrera en sí y a aquellos momentos que vivimos mi hija y yo, pude ver cómo mi pequeña se iba integrando poco a poco cada vez más en la fiesta que era el paso de los corredores por donde estábamos. De pronto, ni corta ni perezosa, traspasó la línea del paso de carrera para extender su mano y chocarla con todo aquél que pasaba cerca de ella. Era gracioso verla porque los había que se desviaban un poco con tal de chocar su mano con la de Miriam. Aquél gesto simpático de ella me emocionó y mucho. De esto, hay unas cuantas fotografías que dan testimonio de esos momentos. Tan pronto las tenga colocadas por algún sitio, avisaré de ello.
A eso de la una de la tarde, cuatro horas después de iniciarse la carrera, volvió a producirse el milagro de que me vieran a mí antes que yo a alguien de los que corrían. Oí que alguien me decía: “¡Pepe! ¿Qué tal? Mira, ahí viene la loca…” No era otro que mister Krismaran, que señalando para atrás y sonriendo, me indicó por dónde venía Sylvie. Ahí estaban los dos separados por apenas unos metros. Saludé a ambos y ahí empezó mi locura. No sabía con quién de los dos compartir unos metros de trote. En un momento, lo resolví. Miriam tomó de la mano a Sylvie y fue con ella. Sor sonrisa, estaba como siempre: feliz. Se la ve siempre eternamente feliz. Y su felicidad es contagiosa. Iba escoltada por alguien más pero no supe reconocer a nadie. Que me perdonen.
Yo, me escapé con Krismaran por delante y pude compartir con el unas cuantas zancadas. Pudieron ser unos doscientos metros, tal vez algo más. Pero hubiera podido seguir muchos más. Hablamos un poco y en esto que oí los gritos de Sylvie llamándome la atención por Miriam que iba tan contenta. Tenía miedo de que la pobre no pudiera correr por más tiempo. Entonces me paré y me di la vuelta para recoger a Miriam que estaba disfrutando como nunca. No creía que iba a aguantar tanto. Tiempo después me ha demostrado lo que puede aguantar, pero eso es otra historia.
“Pobrecita, que va a terminar reventada” me regañaba Sylvie. Abracé a Miriam y ya me despedí de ellos y los dejé marchar. Con envidia, con rabia, pero contento. Muy contento por haber conseguido verles.
Unos minutos después, el caso fue distinto. Fui yo quien vio y reconoció a alguien por una vez. Ni más ni menos que a Eva. Su nick creo recordar que era Evaruner. Pletórica como siempre. Esta mujer es nacida para correr. Me acuerdo que en tiempos, era rara la carrera en la que no corría ella. Se apuntaba a un bombardeo esta mujer.
Pude saludarla y se detuvo un poco para estirar. Tenía mucha necesidad de ello.
¡Eva, qué bien te vi! Otra que va con la sonrisa permanente sufra lo que sufra. Espero verte en otras.
Después de eso nos quedamos por allí un rato. Tomé una foto del IPOD que un espontáneo sacó a la calle con un alargador desde su balcón y lo colocó encima del techo de un coche. Entonaba ese “Aleluya” que ponía los pelos de punta al más pintado. Unos minutos después nos fuimos al Metro para trasladarnos al Retiro a ver lo que pudiera y dudando mucho de encontrarnos con alguien conocido. Miriam, tengo que decirlo otra vez, iba contentísima. Y yo por verla así, también.
Cuando llegamos al Retiro aquello ya estaba tocando a su fin. Como suponía no nos encontramos a nadie conocido, ni tenía posibilidad de contactar con nadie porque no llevaba el teléfono.
Sonreí pensando que aquél era vuestro momento. El de disfrutar de haberlo conseguido y me imaginé cómo debíais de estar pasándolo. Tuvimos la oportunidad de ver llegar a Meta a alguien que creo que llamaban el abuelo de MAPOMA. Un hombre que ha corrido las 31 ediciones de MAPOMA. Llevaba una camiseta con el dorsal 30 por los 30 MAPOMAS que llevaba a sus espaldas. ¡Qué ejemplo! Me dejé las manos aplaudiéndole.
Y ya sólo un paseíllo por el Retiro y llevar a Miriam a alguno de los parques de juegos que hay allí. Se lo merecía. Merecía disfrutar ella un rato con sus juegos.
Luego nos fuimos a casa. Ella feliz por acompañarme y ver aquello, y yo feliz de haberlo visto y que ella estuviera allí conmigo para verlo. Se lo pasó bien.
Hay otras muchas sensaciones de aquél día que no tengo más remedio que dejar en el tintero, porque es imposible describirlas y no quiero someter a nadie a pasar más rato leyendo esta crónica. Todos sabéis de sobra de las cosas de las que hablo. Y ahora… a soñar… a soñar de nuevo con ese MAPOMA. Esta vez es el MAPOMA 2009. Tan lejos y tan cerca. A soñar con él… ¡¡¡Voy a por ti, MAPOMA 2009!!!
Un abrazo para todos los que pude ver y para los que no.
¡Qué buena jornada pasé! (¡Pasamos!) ¡Gracias a todos, campeones! ¡Y enhorabuena!
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No sólo estoy convencido que correrás, porque correrás, porque tienes que correr, porque es parte de tu vida, sino que lo sigues haciendo,ahora, ya, hoy.
ResponderEliminarEn cada una de nuestras zancadas, vas ahí, a nuestro lado, como siempre.
Un abrazo Pepe
Kike, créeme, me guardaré como un tesoro estas palabras tuyas.
ResponderEliminarY más aún por venir de quien vienen.
Todo un honor para mí tu visita por aquí.
Te agradezco esas palabras tan motivadoras. Para mi lo son. Y me servirán de mucho.
Un fuerte abrazo, Kike.