jueves, 28 de agosto de 2008

Crónica de la XXII San Antonio de la Florida





Domingo 15 de Junio de 2008


La mañana se presentaba cubierta. Un buen annuncio para mi gusto
de que iba a ser una carrera sin la solana que tanto temo y tanto
me aplatana. Aunque algo bochornosa, eso sí.


Llegada al lugar de los hechos más que justa de tiempo. Se me
complicó la salida de casa. Se me pegaron las sábanas más de
lo deseado. Llegar, recoger el chip y entregar la mochila fue
todo uno. Sin apenas haber calentado más que lo que corrí desde
la boca del Metro, cuando apenas faltaban unos minutos para dar
la salida, recibí el saludo matutino de quien llevaba un buen
rato buscando: Bebeto. Se me abrió el cielo al verles a él y a
José Luis. Ya daba por hecho que tendría que correr sólo.
Quedé con ellos a las 09.30 y no cumplí.


Desde el primer minuto, ya me dieron consejos para allanar los
nervios previos. También alivió la tensión encontrar por allí
antes de la salida a Marcos, Micenas y Piedad.


Aviso previo a la salida. Me preguntan Bebeto y José Luis que
qué marca tengo en 10.000. Yo que no he hecho ninguno, les comento
que en 5.000 empleo 30 minutos raspados. ¡Y eso acordándome
del 5.000 que hice en el Ekiden hace dos años!
Desde que empecé a correr el 27 de Abril de este año,mi entrenamiento
más largo había sido de 4.000. Eso no lo sabían ellos.
Aunque quisiera ver esta carrera como un entreno, mucho me iba a
costar quitarme el miedo de encima.


Y ya que de miedo hablo, mi mayor miedo esa mañana era la maldita
cuesta que subía a la Glorieta del Maestro. Entre 600 y 700
metros cuesta arriba tiene la "amiga". Cometí el error de ir
predispuesto a pasarlo mal en ese tramo las dos veces que
ibamos a tener que pasar por él. Y eso, no debe hacerse.
De esto sólo se da uno cuenta a toro pasado, pero así es.
Lo recalco: ESO NO DEBE HACERSE.


Normalmente soy más positivo que negativo en todo lo que hago
en mi vida. Procuro ver siempre el lado bueno de las cosas.
Mi botella siempre está medio llena, nunca medio vacía.
Pero ese día... ese día reconozco que me porté muy mal.
Me mentalicé muy mal.
Dios y ayuda les costó a José Luis y a Bebeto llevarme hasta
donde me llevaron con sus consignas positivas.


Lo primero que hice antes de empezar la carrera fue cumplir con la
promesa que había hecho semanas antes. Dije que llevaría a Najat Tijani
conmigo, y así fue. La llevaba en forma de lazo azul celeste que me
coloqué en el hombro izquierdo de mi camiseta. Ahí fue conmigo
durante toda la carrera.


Llegó el momento de la verdad…
Se oyó un aviso para ir colocándose en la línea de salida. Tragar saliva
y aumentar los nervios fue todo uno. Un vistazo al pilsómetro me hizo decirle
a Bebeto: “Mira, todavía no hemos empezado y ya estoy a 100” Más de 100
indicaba mi pulsómetro.


Pistoletazo y caminando hasta el arco de salida por la aglomeración. Poco después
del arco, ya se podía decir que habíamos empezado a correr.
Hasta el kilómetro 4 todo muy bien. Con un primer kilómetro en 5:41 que no
dejó de sorprenderme, pero que había que achacar a la fogosidad del inicio de
la carrera. Sabía que poco a poco aquello no tardaría en ir en aumento de forma
irremediable hasta establecerse en mis tiempos de entre 6 y 7 minutos.


Justo en el kilómetro 4 empezaba la primera subida de la cuesta que llevaba
a la Glorieta del Maestro. Tal como la esperaba, tremenda para mis piernas.
No estuvo mal en lo que al crono se refiere: 6:19. Pero en cuanto a sensaciones,
terminé tan mal ese kilómetro, que me salté el control del kilómetro cinco.
se me pasó apretar el parcial en el crono. Hasta el kilómetro 6 no me di cuenta.
El alivio que encontré al allanarse el terreno e incluso descender para tomar
la recta del Pº de la Florida y la prolongación con Avda. de Valladolid, me
hizo recobrar las esperanzas de terminar más o menos bien.


Nada más pasar ese apuro, ese obstáculo, lo primero que hicieron José Luis y
Bebeto fue preocuparse de conseguirme agua en uno de los avituallamientos.
No me dejaron ni acercarme. Cogieron un par de botellas, tomé unos tragos
de una de ellas para enjuagarme la boca solamente y echarme algo por encima
de la cabeza. No estoy acostumbrado a beber corriendo y sé lo que me puede
pasar. La cosa puede terminar en vomitona. Me deshice de la botella y José
Luis se encargó de llevarme la otra para cuando me hiciera falta.


Y volviendo a lo de las esperanzas…
Pero sólo era un espejismo. Pasado el Klm 6, la fatiga se estaba empezando
a apoderar de mis piernas. Bebeto y José Luis de vez en cuando me preguntaban
cómo iban mis pulsaciones. Yo les iba diciendo: “145”, “140”, “150”… Creo
que a partir del kilómetro 6 ó 7 ya sólo era capaz de decir “40”, “45”… No era
capaz de hablar mucho más. Había que ahorrar energías.
Nunca he sido de hablar mucho corriendo. No suelo ir tan sobrado como para
esos lujos que otros pueden permitirse.


A la altura del K 6 estuve mucho tiempo sin hablar y tratando de recuperar
un aliento que no sabía dónde se me había quedado. Entonces Bebeto me
preguntó: “¿En qué piensas?” Mi sinceridad no podía ser más rotunda: “En los
4 kilómetros que quedan”. Me contestó: “Ese pensamiento no es bueno. Fuera
con él. Piensa en los 6 que ya llevas hechos, Ahora no quedan cuatro, queda el
7, y después el 8… y la meta a un paseo” Algo así me dijo. Y tenía razón.
Pero la idea de que se acercaba el suplicio de tener que subir de nuevo aquella
maldita cuesta podía más.


Y llegó el K 8. Nuevo remojón para quitarme los malos pensamientos. Se terminaba
la Avda. de Valladolid. Se terminaba la buena vida. José luis ya no sabía cómo
infundirme ánimos para no desfallecer. Acabábamos de rebasar a alguien y no
se le ocurrió otra cosa que decirme: “¿Quién te iba a decir que después de
8 kilómetros de carrera ibas a adelantar a alguien? ¿Eh?” No pude por menos que
sonreir. “¡Vamos! Pero si esto no es adelantar… Prácticamente estoy andando”
Y era verdad. “De andando, nada. Has adelantado a alguien y punto. Objetivamente
es así.” Me contestó Bebeto.


Giramos al final de la llana Avda. de Valladolid. Empezaba la cuesta maldita.
Con qué miedos la afronté esta vez. ¡Qué mal iba! “Vamos, levanta esa cabeza” me
decía Bebeto. “Tranquilo, que llegamos al 9 y esto ya se acaba. Ya está hecho”.
Y era verdad, pero yo no era capaz de verlo. No se puede subir una cuesta como
Esa con la mentalidad tan negativa que yo llevaba encima. Y sabiendo además
que estábamos a punto de entrar en el último kilómetro.


“¡Vamos, que esto no es nada! La de cuestas más duras que esta que habrás
hecho tú en tu barrio…” me decía Bebeto. Y una vez más tenía razón. Pero la
realidad era que para llegar al K 9 había empleado 7:45. Estaba a punto de sucumbir.
No sé las veces que me tuvieron que oir decir: “No puedo”. No lo sé, pero
cada vez que esas palabras se escapaban de mis labios, ellos me decían “¡Sí puedes!
¡Sí puedes!” Y yo no sé de dónde sacaba fuerzas ya, pero seguía luchando contra
la idea de abandonar. El cuerpo, las piernas me pedían echarme a un lado y dejarles
marchar. No lo estaba pasando bien.


Aunque con menos desnivel, había que seguir subiendo hasta la Glorieta de la fuente
Para dar la vuelta y terminar la carrera bajando. Pero eso que no parecía nada, y
que en realidad no era nada, apenas 500 metros, pudo conmigo. Cada vez que miraba
la fuente me parecía que estaba más lejos. “¿Quién está empujando esa fuente?” le
preguntaba con no poca angustia a Bebeto. Y el se reía.
Y no pude más, tuve que hacerlo, lo confieso. Dejé de correr. Bebeto me miró
asustado. Debió creer que me iba a parar. Y no era eso. Necesitaba andar un poco
para reponerme. Pude andar unos 20 ó 30 pasos con zancada larga para no perder
el tono del todo. Nuevos ánimos de mis escoltas, y reemprendí el trote. Me sentía
mejor para atacar el último tramo.


Conseguimos llegara a la fuente y doblamos alrededor de ella. Apenas quedaban
ya 300 ó 400 metros. Eso y que al ser cuesta abajo, me alivió muchísimo. Bebeto
me propuso llegar a meta esprintando. Yo le sonreí porque pensaba que lo que
no había hecho hasta allí, no lo iba a arreglar ahora esprintando. “¿Puedes?
¿Te atreves?” me decía. “¡Venga!” le contesté. Empecé a darle más vidilla a mis
zancadas. No sé cómo lo hice, pero lo hice. Al verme hacer aquello, Bebeto me
animó más todavía. “¡Vamos! ¡Ahí, levantando esas rodillas, que tú puedes!
¡Que te vean llegar fresco como una rosa!”
Y recuerdo que le contesté “¡Venga! ¡Vamos a contar mentiras, tra-la- rá…!”
Y los tres nos pegamos un esprint de unos 200 metros para llegar a meta.
Unos metros antes de llegar, Bebeto me cogió la mano y
me la levantó en señal de triunfo para pasar así por debajo del arco de la meta.


¡Lo conseguímos, lo consiguieron, lo conseguí! No sé cómo decirlo, todavía
hoy no lo tengo claro. Abrazos de alegría nada más pasar la meta entre los tres
que nos fundimos en uno. Impresionante. No podía expresar mi agradecimiento
con palabras en ese momento.


Pasada la meta, José Luis y Bebeto siguieron preocupándose por mí no dejándome
ni llevar el chip al control de meta. Creo que hasta ellos fueron los que me desataron
el cordón de la zapatilla para sacar el chip. Ni para eso me quedaban fuerzas.
¡Increíbles los dos! ¡Vaya pareja!
“Ya has hecho lo más difícil, que es empezar” me decía Bebeto una y otra vez.
“Verás como a partir de ahora todo será más fácil.” Y sé que tiene razón. Al
menos quiero que la tenga. En esta carrera había muchos miedos y muchos
fantasmas que matar. Creo que sí, creo que ya están todos muertos.


Amigos Bebeto y José Luis, gracias. Por acompañarme, ilusionarme,
motivarme y alentarme. Sin vosotros no habría podido.


Sé positivamente que la próxima carrera será de otra forma. Lo sé.
Y una buena parte de ella, os la dedicaré a vosotros si es que no la
corréis conmigo.


Gracias, amigos.

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Originalmente publicado el 2 de Julio de 2008
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