Lo primero que sientes, es que te pica el gusanillo de la curiosidad por este deporte. ¿Qué es? ¿En qué consiste? Te vas metiendo poco a poco, compras tus primeras revistas, vas conociendo gente, el gusanillo va haciendo algo más que picarte, ves que este tipo de gente es más que gente, son amigos desde el primer día… y que lo serán para siempre. Amigos de verdad, de los que se comprometen y con los que se puede contar para cualquier cosa, y siempre con desinteresadamente.
Pruebas con tu primera carrera. Tal vez un cinco o un diez mil… Tal vez en tu debut, lo pasas hasta mal, y a pesar de ello te gusta, sientes que te gusta y que el gusanillo te hace pensar en mejorar para la próxima. Vas buscando la mejor manera de hacerlo, cotilleas planes de entrenamiento, vas leyendo y bebiendo de la experiencia de otros corredores, te vas metiendo en el mundillo multicolor de todo tipo de material para este deporte, te dejas seducir por la compra de tu primer pulsómetro, te ilusionas más aún…
Vas contrastando entrenamientos y ves que aunque pequeña, va apareciendo una mejora evidente en tu estado de forma y en tus tiempos. Te cansas menos y vas llegando más lejos en menos tiempo. Miras calendarios de competiciones y te apuntas de nuevo. La segunda carrera ya no es como la primera, has sentido que has dominado más la situación, o tal vez sí, pero te da lo mismo, porque sientes que también has disfrutado y estás listo para la siguiente. Y en esa te empeñarás en arriesgar un poco más porque sabes que puedes hacerlo.
Vas bien, le vas perdiendo el miedo a los retos, las carreras se suceden, decides enfrentarte a un Medio Maratón. Y te lanzas. Sientes que esto te llena más y más. Estás atrapado. Ya no hay vuelta atrás. El gusanillo te ha devorado por completo. Trazas recorridos en casa con ayuda del ordenador y mapas por satélite. Organizas tus propios itinerarios. Las manzanas alrededor de tu casa por las que correteabas en tus primeros entrenamientos, se van quedando pequeñas, el barrio también. Buscas nuevos horizontes, nuevas fronteras a las que enfrentarte. Quieres más. Quedas con amigos de esta afición para correr por parques o rutas urbanas de dimensiones hasta entonces desconocidas para ti. Te ves llegando a sitios a los que nunca imaginaste que podrías llegar si no era con coche. Y te ves regresando a casa sano y salvo dándote cuenta de que has hecho todo eso con tus propios medios y con tus propias piernas. El gusanillo te está inyectando una especie de “toxina beneficiosa” que hace se te erice la piel al darte cuenta de todas estas cosas.
Un día te enamoras de unas determinadas zapatillas, las compras, y sabes que con ellas vas a volar. Las pruebas en tu siguiente carrera. Y ya, te salga como te salga, te sientes ganador, te sientes campeón, el mejor del mundo, porque con cada carrera, cada entreno sientes que te estás superando a ti mismo.
El gusanillo te ha devorado por completo y te sonríe feliz. Tú también lo eres. Inmensamente feliz.
Pasa el tiempo, los meses, las carreras van cayendo en el calendario. De pronto, acaricias un reto que te parece un sueño. Lo mimas, le vas dando forma. Te preguntas… “¿Y si yo…?” Acabas de empezar a soñar con algo grande. “¿Y si yo pudiera correr un Maratón?” Sueñas, sueñas, sueñas… le vas dando vueltas al asunto. Acaricias la posibilidad y la mimas con esmero. Planificas, siempre con ayuda, un correcto plan de entrenamiento para un Maratón a muchos meses vista Te asesoras, te haces las pruebas de esfuerzo pertinentes y de sumerges por completo en ese sueño. Descubres que ese es tu reto. El Reto. Lo conviertes en el sueño de tu vida, en tu meta a lograr.
La preparación es dura pero la afrontas con ganas y optimismo. No te dejas vencer por los sinsabores que a veces te obsequia. Eres luchador. Eres ganador. Vas quemando etapas y el sueño está cada vez más cerca. Pasas unos meses muy duros de entrenamientos en los que tienes que pasar mucho frío, mucho calor, aguantando lluvias, vientos y hasta nieve algunas veces. Pero lo aguantas con estoicismo y con la fuerza que te caracterizan. Porque eres valiente, porque te quieres y porque sabes lo que quieres y vas a por ello. Con decisión. Con paso firme. Cueste lo que cueste.
Tomas la decisión de apuntarte a ese Maratón en el que debutarás. De nuevo, no hay vuelta atrás. Ves pasar los días y la fecha clave, el gran día, el día D que se te va echando encima. Hay nervios, siempre los hay, estás inquieto, emocionado, y hasta conmocionado cuando ves la dimensión que tiene aquello a lo que te vas a enfrentar. Pero no cedes. Estás ahí para eso. Es para lo que has venido. Es para lo que has hecho ese viaje de tantísimos kilómetros de entrenamiento en los últimos meses. Incluso has podido saborear lo que es la soledad del corredor de fondo. Esa señora de la que tantas veces se habla.
Vas a la Feria del Corredor a recoger tu dorsal y tu bolsa del corredor, y te encuentras un ambiente que te sobrepasa. Te impresiona tanto, que te das cuenta de qué es aquello en lo que te has metido. Alcanzas un estado de excitación y felicidad dificilmente explicables. Eres feliz. Sigues sabiendo lo que quieres.
Esa noche, la de la víspera… ¡Qué noche! Repasas todo una y mil veces. ¿Lo tengo todo? ¡La vaselina! ¡Que no se me olvide la vaselina! ¿Y los imperdibles? ¡Ya sabía yo que me faltaba algo! ¿Dónde los tengo guardados…?”
Por fin consigues acostarte. Cerrar el ojo es otra cosa, otra dura batalla. Por fin caes… Y al sonar el despertador, saltas como un resorte. “¡Me he dormido!” es lo primero que piensas. No, no te has dormido, has madrugado con más ganas que nunca, pero aún no lo sabes. Te duchas, desayunas y te preparas para salir.
Durante esos días, lo que antes era un gusanillo, ahora son mariposas que revolotean en tu interior. Sientes su cosquilleo por todas partes. En tu pecho, en el estómago, incluso a veces en la cabeza y en el corazón dependiendo del momento. Llega el día D. Pasas por la reunión previa con los amigos, ves como los nervios que muchos niegan hace soltar la lengua sin medida. Pocas veces se habla más que en esos minutos previos. Palabras, palabras, saludos, besos, y abrazos que se alternan con alguna que otra carcajada nerviosa que ayuda a romper esos nervios que lleva uno encima aunque lo quiera negar. Y no es por nada… ¡Es que es el gran día!
Intentas hacer el calentamiento lo mejor que puedes, pero sólo tienes en mente una cosa: la propia carrera.
Momento de ponerse en el inmenso pelotón de corredores que se colocan tras la línea de salida. Llegó el momento. Sientes salir mariposas por todos tus poros. Si no te dominas, hasta puede que se te salte alguna que otra lagrimilla. Tranquilo, también eso es inevitable.
Escuchas una cuenta atrás allí delante y… ¡Pistoletazo de salida! Aún no puedes moverte del sitio. Tardarás en hacerlo. La cantidad de corredores que hay delante de ti es inmensa.
(Continua...)
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