En ello estaba cuando la tercera voz me susurró al oído que si para alcanzar un óptimo rendimiento tenía que ponerme a andar, pues que anduviera. Es necesario construir una base. Yo creía que ya había empezado a construirla o que ya “tenía algo” en mis piernas, pero no era así. Ni tenía fuelle, ni fondo ni nada de nada. La ilusión y el hambre de kilómetros me estaban engañando. Pero yo no sabía verlo. Con esto, abundo en lo que comentaba hace unas semanas. Decía que por suerte cuento con amigos que me hacen ver lo que yo no era capaz de ver.
Después de mucho meditar, y con la ayuda de unos turnos de trabajo que no me dejaban tener el tiempo suficiente para llevar un entrenamiento rutinario, paré el carro durante casi tres semanas en las que sólo salí a rodar un par de veces. Ninguna de ellas muy motivado que digamos. El descanso, mitad forzoso, mitad voluntario para planificar con calma, me ha venido muy bien.
Yo no hacía más que darle vueltas a esas palabras: “Si tienes que andar, pues andas”. Así, estando en casa, decidí coger de una estantería un libro que aprecio mucho. Un libro que hace unos años me regaló alguien muy especial. Me lo regaló Emilio Comunero. No hace falta que le presente. Todos sabemos quién es y lo que es. Un magnífico compañero del Gran Grupo Moratalaz, y mejor persona. Me lo regaló cuando estuve ingresado en el Hospital por culpa de un trombo que se me alojó en un pulmón a raíz de una intervención de tendones en el pie izquierdo. Me visitó y me regaló este libro.
Después de mucho meditar, y con la ayuda de unos turnos de trabajo que no me dejaban tener el tiempo suficiente para llevar un entrenamiento rutinario, paré el carro durante casi tres semanas en las que sólo salí a rodar un par de veces. Ninguna de ellas muy motivado que digamos. El descanso, mitad forzoso, mitad voluntario para planificar con calma, me ha venido muy bien.
Yo no hacía más que darle vueltas a esas palabras: “Si tienes que andar, pues andas”. Así, estando en casa, decidí coger de una estantería un libro que aprecio mucho. Un libro que hace unos años me regaló alguien muy especial. Me lo regaló Emilio Comunero. No hace falta que le presente. Todos sabemos quién es y lo que es. Un magnífico compañero del Gran Grupo Moratalaz, y mejor persona. Me lo regaló cuando estuve ingresado en el Hospital por culpa de un trombo que se me alojó en un pulmón a raíz de una intervención de tendones en el pie izquierdo. Me visitó y me regaló este libro.
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